Raymond Carver:
UNO MÁS/ONE MORE
He acá la poesía tan característica de Carver, con sus temas reducidos a un tema (el ser humano en su más imperfecta humanidad), sus hazañas desde la pulcramente asqueante (muchas veces, muchas veces, tantas muchas veces) cotidianidad. Sus frases machacando, sus redundancias, sus repeticiones, esa aparente, sólo aparente, ausencia de "palabra poética": como si hubiera tal cosa, y como que sí la hay, porque todas las palabras son útiles para escribir un poema. Carver lo sabía; lo hacía a propósito y con ciertos propósitos, acaso por acentuar la soledad, el aislamiento, el silencio, la falta de mejores palabras para decir algo con simples palabras simples. Con respecto a la traducción, no voy a "hermosear" allí donde Carver quiso que hubiera tautología, pues las tautologías —como sabemos y es el caso del amigo Ray— pueden tener un tremendo valor expresivo, cosa que, después de "a rose is a rose is a rose" de la Stein, no admite discusión posible. Aunque a veces desde lo patético, la poesía mayor de Carver es una rosa es una rosa es una rosa.
K. Ramone
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UNO MÁS
Por Raymond Carver
(Translated into Spanish by K. Ramone)
He acá la poesía tan característica de Carver, con sus temas reducidos a un tema (el ser humano en su más imperfecta humanidad), sus hazañas desde la pulcramente asqueante (muchas veces, muchas veces, tantas muchas veces) cotidianidad. Sus frases machacando, sus redundancias, sus repeticiones, esa aparente, sólo aparente, ausencia de "palabra poética": como si hubiera tal cosa, y como que sí la hay, porque todas las palabras son útiles para escribir un poema. Carver lo sabía; lo hacía a propósito y con ciertos propósitos, acaso por acentuar la soledad, el aislamiento, el silencio, la falta de mejores palabras para decir algo con simples palabras simples. Con respecto a la traducción, no voy a "hermosear" allí donde Carver quiso que hubiera tautología, pues las tautologías —como sabemos y es el caso del amigo Ray— pueden tener un tremendo valor expresivo, cosa que, después de "a rose is a rose is a rose" de la Stein, no admite discusión posible. Aunque a veces desde lo patético, la poesía mayor de Carver es una rosa es una rosa es una rosa.
K. Ramone
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UNO MÁS
Por Raymond Carver
(Translated into Spanish by K. Ramone)
Se levantó temprano, la mañana teñida de entusiasmo,
ansioso por estar frente al escritorio. Se sirvió tostadas y huevos, cigarrillos
y café, meditando todo el tiempo en el trabajo que venía, el arduo
sendero a través del bosque. El viento soplaba las nubes
en el cielo, haciendo vibrar las hojas que permanecían en las ramas
al otro lado de su ventana. Unos pocos días más y se habrán
ido, aquellas hojas. Había un poema allí, tal vez;
tendría que pensar en ello. Fue
a su escritorio, vaciló por un largo instante y tomó
lo que resultaba ser la decisión más importante
que había de asumir en todo el día, algo para lo que su imperfecta vida
lo había preparado. Apartó la carpeta de poemas...
uno en particular aún le daba vueltas después
del sueño agitado de la noche. (Pero, de verdad, ¿qué interesa uno más,
o menos? ¿Qué importa? La obra podía esperar un rato todavía,
¿verdad?). Tenía todo el amplio día a su disposición.
Mejor partir por lo más importante. Tenía que ocuparse de ciertos asuntos
de negocios, hasta algunas cuestiones familiares de las que debía librarse
hacía mucho. Se puso entonces manos a la obra. Trabajó duro todo el día... amor
y odio puestos en ello, una pequeña compasión (muy poca), algún
sentimiento de compañerismo, incluso desesperación y deleite.
Emergieron ráfagas ocasionales de ira, que luego
amainaron, mientras escribía cartas diciendo “sí” o “no”
o “depende”... explicando por qué, o por qué no, a personas
que no pertenecían en lo más mínimo a su vida, gente que nunca había visto o que nunca
vería. ¿Importaban? ¿Le importaban una mierda?
Algunas sí. Tomó también unas cuantas llamadas e hizo algunas otras,
las que a su vez le crearon la necesidad de hacer unas pocas más. Fulano de tal,
que no podía hablar ahora, prometía devolver la llamada al otro día.
Hacia la tarde, agotado y obviamente (aunque equivocado, por supuesto)
sintiendo que había realizado algo parecido a un honesto día de trabajo,
hizo un alto para inventariar y tomar nota del par de
llamadas que tendría que hacer a la mañana siguiente si
quería mantenerse al corriente de las cosas, si es que no quería
escribir todavía más cartas, lo cual no deseaba. Para entonces,
se le ocurrió, estaba harto de todos los asuntos, aunque continuó
de tal modo, terminando una última carta que debería haber sido
respondida hace semanas. Luego alzó la vista. Afuera era casi de noche.
El viento se había calmado. Y los árboles... estaban quietos ahora, casi
despojados de sus hojas. Pero, por fin, su escritorio estaba despejado,
si no fuera por esa carpeta de poemas que
lo ponía incómodo de sólo mirarla. La puso en un cajón, fuera
de su vista. Ese es un buen lugar, estaría segura allí y
él sabría exactamente dónde ir para posar su manos sobre ella cuando
tuviera ganas. ¡Mañana! Hoy había hecho todo lo que podía.
Aún tenía algunas llamadas que hacer,
olvidó quién se suponía que lo telefonearía, y había
unas cuantas notas que era necesario enviar debido a ciertas llamadas,
pero lo había hecho ahora, ¿no es cierto? Salió del embrollo.
El trabajo había culminado. Había hecho lo que tenía que hacer.
Lo que su responsabilidad le indicó que había de hacer. Había cumplido con su sentido
del deber y a nadie había decepcionado.
Pero en ese momento, sentado frente a su pulcro escritorio,
se hallaba vagamente molesto por la memoria de un poema que había querido
escribir esa mañana, y había aquel otro
que tampoco conseguía recobrar.
Así es la cosa. No mucho más necesita ser dicho en realidad. Qué
se puede decir en favor de un hombre que escoge chismorrear en el teléfono
todo el día o, si no, escribir estúpidas cartas
mientras deja ir sus poemas, desatendidos y desamparados,
abandonados...
o peor, sin intentarlos. Un tipo así no los merece
y no deberían dársele en forma alguna.
Sus poemas, si por casualidad saliera alguno más,
deberían ser comidos por los ratones.
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ONE MORE
By Raymond Carver
He arose early, the morning tinged with excitement,
eager to be at his desk. He had toast and eggs, cigarettes
and coffee, musing all the while on the work ahead, the hard
path through the forest. The wind blew clouds across
the sky, rattling the leaves that remained on the branches
outside his window. Another few days for them and they’d
be gone, those leaves. There was a poem there, maybe;
he’d have to give it some thought. He went to
his desk, hesitated for a long moment, and the made
what proved to be the most important decision
he’d make all day, something his entire flawed life
had prepared him for. He pushed aside the folder of poems —
one poem in particular still held him in its grip after
a restless night’s sleep. (But, really, what’s one more, or
less? So what? The work would keep for a while yet,
wouldn’t it?). He had the whole wide day opening before him.
Better to clear his decks first. He’d deal with a few items
of business, even some family matters he’d let go far
too long. So he got cracking. He worked hard all day —love
and hate getting into it, a little compassion (very little), some
fellow-feeling, even despair and joy.
There were occasional flashes of anger rising, then
subsiding, as he wrote letters, saying “yes” or “no” or “it
depends” —explaining why, or why not, to people out there
at the margin of his life or people he’d never seen and never
would see. Did they matter? Did hey give a damn?
Some did. He took some calls too, and made some others, which
in turn created the need to make a few more. So-and-so, being
unable to talk now, promised to call back next day.
Toward evening, worn out and clearly (but mistakenly, of course)
feeling he’d done something resembling and honest day’s work,
he stopped to take inventory and note the couple of
phone calls he’d have to make next morning if
he wanted to stay abreast of things, if he didn’t want to
write still more letters, which he didn’t. By now,
it occurred to him, he was sick of all business, but he went on
in this fashion, finishing one last letter that should have been
answered weeks ago. Then he looked up. It was nearly dark outside.
The wind had laid. And the trees —they were still now, nearly
stripped of their leaves. But, finally, his desk was clear,
if he didn’t count that folder of poems he was
uneasy just to look at. He put the folder in a drawer, out
of sight. That was a god place for it, it was safe there and
he’d know just where to go o lay his hands on it when he
felt like it. Tomorrow! He’d done everything he could do
today. There were still those few calls he’d have to make,
and he forgot who was supposed to call him, and there were a
few notes he was required due to a few of the calls,
but he had it made now, didn’t he? He was out of the woods.
He could call today a day. He’d done what he had to do.
What his duty told him he should do. He’d fulfilled his sense of
obligation and hadn’t disappointed anybody.
But at that moment, sitting there in front of his tidy desk,
he was vaguely nagged by the memory of a poem he’d wanted
to write that morning, and there was that other poem
he hadn’t gotten back to either.
So there it is. Nothing much else needs be said, really. What
can be said for a man who chooses to blab on the phone
all day, or else write stupid letters
while he lets his poems go unattended and uncared for,
abandoned —
or worse, unattempted. This man doesn’t deserve poems
and they shouldn’t be given to him in any form.
His poems, should he ever produce any more,
ought to be eaten by mice.
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2 comentarios:
Uno más si y sólo si ese uno, es más.
Graniza.
Yo creo, Shyvy Kerida, que esos granizos que asolaron sobre tu casa, y al parecer sobre ninguna otra de Talca, fueron la forma que tuvo Carver de tirarte piedritas para decirte: "Hi, little friend".
Un abrazote.
KR
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