sábado, 5 de enero de 2008

UN GRAN LECTOR = UNA ESCRITURA EXQUISITA: RICARDO CUADROS MERCADO

La fotografía que encabeza esta entrada, hecha el año pasado por Bruno Montané (Felipe Müller de Los Detectives Salvajes) en Barcelona, nos muestra algo precioso, vivificador: la sonrisa de boca y ojos de Ricardo Cuadros.


Nuestro Blog es uno en que principalmente nos ocupamos de Literatura como delito. Para nosotros, entrar en el terreno de la literatura y sus literaturas es, primero, asumirse lector y, en consecuencia, dados los tiempos que corren, asumirse fuera de la ley, la ley de la estulticia generalizada. Entender literatura es entendernos como lectores. Escribir es una anécdota, un punto finito, el ladrido y no el perro o el perro pero no la sombra del perro o es la sombra pero no el cosmos que entraña el perro. Leer nos sitúa en lo incesante, leer es uno de los verbos con que se presenta la eternidad ante nosotros. Y por eso, cuando uno escribe, lo hace para que otros nos lean y, a través de esa lectura, saber que entramos al club de lo infinito. El problema es que el infinito tiene consciencia de su vida entre mortales, mientras que a nosotros, de él, sólo nos queda su nombre, el nombre político con que hemos nuevamente bautizado lo que no podemos conocer: Infinito.
Hoy nuevamente nos complacemos como lectores. Tendremos a Ricardo Cuadros Mercado. Este tipo hermoso nació en Chile en 1955. Vive en Holanda. Parte de su prontuario es el que sigue:

Doctor en literatura por la Universidad de Utrecht, Holanda.Ha enseñado en universidades chilenas y holandesas.Traductor del holandés y el inglés.

Colabora en la prensa electrónica con artículos sobre política mundial (www.informarn.nl) y ensayos sobre literatura (critica.cl). Traductor en Radio Nederland Wereldomroep, la emisora internacional de Holanda.
Autor de las novelas Orientación de Celva (1994) y Constelación del Monte (RIL editores, 1996) y los poemarios Navegar el Silencio (1984) y Poemas del hambre y su perro (1996). El año 2006 publica además la novela El Fotógrafo Belga (RIL editores).
En 2001 recibió la Beca de Investigación Prins Bernhard, en Holanda.
Digamos, es necesario referirlo, que Ricardo es, aparte de sus libros en que demuestra ser un magnífico escritor (su escritura explora, se somete al riesgo, se atreve a saltar desde acantilados), lo que acusamos en las primeras líneas: un lector, un gran lector, un tío cultísimo, un buen conversador, un viajero que huye y no huye, un abrazo desde el corazón, una sonrisa y unos ojos de Ser Humano, algo, lo sabemos, que no se compra en el almacén de la esquina ni en los malls. Lo que se pueda agregar, dejémoslo esta vez a sus textos.


En memoria de Roberto Bolaño
Por Ricardo Cuadros

¿Qué hace importante a un escritor? Su manera inigualable de expresar la realidad y sus fantasmas. Es el caso de Roberto Bolaño, que acaba de morir en Barcelona, a los 50 años. En sus novelas, cuentos, poemas, artículos y entrevistas, Bolaño construyó una obra perfectamente actual, a la vez que entroncada en la literatura universal.
De manera divertida y provocadora, Roberto Bolaño hizo de sí mismo una figura literaria en la que confluían un lector lúcido, un satírico a la manera de Quevedo, un sujeto consciente de sus limitaciones, un escritor de tiempo completo. Recuerdo haber conversado en Barcelona, a comienzos de los ochenta, con un poeta que se contó entre sus amigos, el chileno Bruno Montané, que me dijo de él: "Roberto es un hombre obra". Montané sabía de qué estaba hablando. Otro escritor, el también chileno Alberto Fuguet, publicó unas líneas a la muerte de Bolaño que sintetizan el sentir de muchos: "Lo admiré tanto como lo temí. Un personaje genial, tanto por su genio como por su mal genio". Entre aquel cuasi secreto "hombre obra" de hace veinte años y el personaje admirado y temido del 2003, se construyó la personalidad y la escritura de Roberto Bolaño.
En la mirada de Bolaño, expresada en síntesis enorme en su novela Los Detectives Salvajes - me permito retomar en este párrafo lo dicho en otro lugar -, los latinoamericanos que nacimos en los años cincuenta estamos todos marcados por el sino trágico de las utopías traicionadas. Éramos demasiado pequeños cuando se estaban gestando los proyectos de transformación radical del mundo y cuando llegamos a la edad de participar descubrimos que teníamos que movernos entre escombros y cadáveres. No obstante, seguimos soñando, y este deambular entre el sueño y la pesadilla creo que corresponde plenamente a la transición (latinoamericana) entre las fuerzas de nuestras culturas locales y las de la globalización de las comunicaciones y del capital transnacional, la transición entre modernidad y posmodernidad.
La popularidad que ha alcanzado la obra de Bolaño es una señal de que esta mirada, trágica aun cuando a menudo nos haga reír o sonreír, corresponde a los síntomas de una época. Hemos dejado atrás, de manera bastante brutal, un tiempo en que creíamos posible la felicidad y vivimos este comienzo de siglo semi acogotados por la violencia y la mentira, por el atropello cotidiano del sentido común y el diálogo, en Nueva York, Kabul y Bogotá, en Ramala y Monrovia, aquí mismo donde escribo y usted lee. Roberto Bolaño, sin haber escrito una sola línea de "literatura política", es uno de los autores políticamente más certeros del cambio de siglo, cerca de otros como el colombiano Fernando Vallejo y el argentino Ricardo Piglia. Bolaño apostó por la representación del desastre y su novela Nocturno de Chile o sus cuentos del volumen Putas Asesinas, nos hacen sentir, cada vez que entramos en sus páginas, que el mundo se nos está viniendo abajo y que todos hemos aportado con un pequeño empujón para este derrumbe.
En noviembre del año pasado, la Universidad de Poitiers organizó un coloquio sobre su trabajo, en el que participamos unos quince académicos y escritores de varios países. Las ponencias de ese coloquio están por publicarse y serán una referencia en el estudio de su obra. Roberto Bolaño estaba invitado a ese coloquio, cómo no, pero se disculpó a última hora por motivos de salud. Nunca me lo imaginé muy bien, la verdad, allí en la sala oyéndonos hablar en términos académicos de sus personajes, de las filiaciones literarias y filosóficas de su obra, de la estructura interna de alguna de sus novelas o cuentos, de los alcances de su escritura en la narrativa y la sociedad latinoamericanas. Bolaño sabía mucho de literatura pero su formación no era universitaria sino puramente individual, callejera, de conversación con amigos y reflexión profunda. Tal como me cuesta un poco imaginarlo en aquellas reuniones de Poitiers, creo, también, que hubiera sido fabuloso tenerlo allí, con su cigarrillo y su cara de desconfianza. Estoy seguro que nos hubiéramos divertido de lo lindo.
Roberto Bolaño sabía que su enfermedad hepática era grave, por lo menos desde mediados de los noventa, cuando comenzó a ser reconocido como un escritor notable. Trabajaba contra el tiempo y cuando terminó Los Detectives Salvajes, en 1998, en una de sus cartas me hablaba de su cansancio, después de tamaño esfuerzo. "Terminé mi novela. 720 páginas. Un verdadero infierno. Y tras la corrección, algo por lo menos he aprendido: NUNCA MÁS escribiré un libro tan extenso". Como sabemos hoy, se recuperó pronto del agotamiento y ese nunca más (en mayúsculas en la carta) pasó al olvido: la novela que dejó inconclusa al fallecer, titulada 2666, iba ya por las 1000 páginas. Creo que Roberto tenía conciencia de que su cuerpo no lo acompañaría hasta donde su mente creativa se proponía llegar, y cada día de su vida se convirtió en horas de lucha para completar su obra. Poco antes de ingresar al hospital por última vez, le entregó a su editor, Jorge Herralde, el volumen de cuentos El Gaucho Insufrible, que saldrá al mercado el próximo mes.
La figura de Roberto Bolaño ha entrado, con apenas 50 años de edad, en la región misteriosa de los escritores que mueren demasiado pronto, como Reinaldo Arenas o George Perec. Es extraño pensar que no envejecerá con nosotros, si es que llegamos a viejos. En estos días he vuelto a releer algunos poemas suyos y me detengo en las últimas líneas de uno titulado Resurrección: "La poesía entra en el sueño/ como un buzo muerto/ en el ojo de Dios".
(Amsterdam, aparecido el 18 de julio de 2003 en critica.cl)
-----------------------
Las siguientes joyitas, verdaderas Epifanías, reales golpes de visión, aleteos de mirada, son poemas pertenecientes a Artis, que es una parte del libro inédito Lugares, animales, cosas. Para deleitarse.

HIPOCAMPO

El primer día fuiste comparado con la esfinge, vista tu forma en la que se retuercen un caballo, una anguila y un niño pensativo. El segundo día entraste en los anales de la medicina como órgano de la memoria y los vuelos espaciales, quizás por casualidad, creación pura. El tercer día la dama encinta le encarga la gestación al esposo, que acepta enternecido y pare cuando nadie lo ve, potrillos de agua salada que se olvidan inmediatamente de él.

BRUTO

En el fondo del edificio se dejaba oír un ronronero de carbón. Ese rumor brotaba del fundamento como ruedas en la noche, el resuello de un caballo con el pescuezo abierto, en el fango a la orilla del camino. Humo espeso. Hedor vacío. Ahora ya lo sabes. Ese rumor de carbón soplado, en la calma de la noche de noviembre, era el caballo muriendo alineado con los abedules, un cuerpo caliente de patas duras transitando del galope al polvo, a la mancha, arrastrando para siempre por los caminos la noche de la guerra.


UN ABEDUL, TRES ABEDULES

Es un abedul, tres abedules, es una orangután meditando entre los berros, un cielo de cristal donde brinca la gacela que anuncia bicicletas, es la madre desprevenida que lee su novela gótica, la grulla suelta el picotazo en el agua turbia, la hija mayor que entra descalza, viene a decirle que tiene miedo, la jaula comunica con el sendero de asfalto, es un castaño municipal, se abrazan con fervor recuperado, un triángulo de castaños, el Land Rover desaparece rugiendo soltero por la carretera, la madre y la hija ríen entre lágrimas, en el sendero polar la linterna del guardia raya de amarillo dos manchones de plata peluda, etc.




RETORNO

Como el espectro de un día feriado en otro país, el Perdiguero del Abuelo ladra en la oscuridad, sacude el lomo y llueven pulgas sobre la ciudad que le negó el hueso porque no vigilaba la puerta, porque vivía en guerra permanente con su propia cola, la ciudad que lo echó a los caminos sin decirle que se fuera. Llueve y la población dormita como hacía él en su rincón sin molestar a nadie, esperando a su Godot con la paciencia de un jote sobre la tapia del matadero municipal. Perdiguero del Abuelo ladra en las alturas y el médico se rasca las costillas, la profesora se rasca el esternón, el taxista se rasca el antebrazo.


HORA DEL MURCIÉLAGO

El puñado de cereal transmuta en gota de sangre para bien del animal que tuvo su día a la intemperie o del niño que aprenderá otra regla de multiplicar después de tomar once. Orgulloso, el borracho mira bajar su propia orina por el tronco de la palmera. Es la hora cuando la silueta andina baja como un abanico sobre los enamorados o se acomoda a esperar en el pecho solitario de los taxistas. Los caminos suben jadeando por la falda de la montaña y se despereza el murciélago, el temblor aterciopelado de su cola con un fondo de gritos de telediario: once adolescentes descalzos que desafían a la muerte bajo el sol, le arrojan piedras en un callejón de Gaza.