sábado, 28 de marzo de 2009

ER MUNDO SEJÚN CÉSAR BRUTO



ER MUNDO SEJÚN césaR brutO

No es casual que sea un texto de césaR brutO el que abre los fuegos (fuegos de verdad, no de artificio) de Rayuela. Cortázar sabía; Cortázar leía. Lee, lee, lee, tal debe ser la consigna. Y entre aquellos autores inmortales que uno debe leer o al menos hacer el intento de alcanzar a leer, está César Bruto.
Carlos Warnes (césaR brutO), nació en 1905; se fue de un viaje para la punta de la muerte en 1984.
De su péndola sólo salieron joyitas. En la escritura de césaR brutO hay, como en pocas, una visión de mundo, el mundo según, el mundo anal-izado desde una perspectiva que, "dulce y triste" como la aventura de Vallejo (otro César), nos arranca siempre un pedazo de hueso roto de la sonrisa que, según creemos, carece de estructura ósea, o sea, casi un decir o eso o el hueso (me quedo con el güeso, dizque el mío perro del my corazón que es mío no más). Tener una visión de mundo y arriesgarla en la palabra no es cualquier cosa, y césaR brutO es un gran amo y señor en esas lides y otras liendres de la misma estirpe picando en la cabezota cuadrada de los tontos graves. Una sabiduría hacia el lado opuesto de la ortografía; una profundidad sacada (discúRpenme la inmajen) de una oreja de la burrita gramática, pero de la oreja sucia, mosqueada. Al final, nos queda una lección de humor como hecho posible en la buena literatura. De eso supo también Cortázar. También Borges. También Bioy. No sé si Borges o Bioy leyeron a César Bruto. Ojalá.
Cómo me gustaría que la palabra de Dios fuera, mejor, un plagio de la palabra —tan perfecta en su imperfección, tan HUMANA entonces— de césaR brutO; y cómo me gustaría que el mundo fuera, así, de repente, un dibujo póstumo de Oski, otro gran maestro.



K. Ramone
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Esplicasiones de una Señora que sescapa con otro


césaR brutO


Negro:
te pido por fabor de que no tomés a mal que yo agarre mis prendas de vestir y me vaya del cotorro, ni que pensés de mí con lijeresa, aplicándome tal o cual metáfora dibna de mejor suerte… ¡Te juro que me voy para tu bien, negrO, y que algún día vas a comprender todo el tremendo sacrificio que hago para que triunfés con tu concomitansia de poetA y de conpositor de música, todo lo cual hoy andás bastante flojo y sin poder encontrar un tema para un gran tango que te haga venir popular y honbre de plata!
No te vayás a pensar de que te dejo porque a tu reina una pobresa insuperable, y que si una sigue vibiendo acá a la larga se acostrumbraría a comer el reboque de la paré… ¡queesperansa! Me voy, negrO, para ver si al encontrarte solo, triste y abandonado, sin dada más que la guitarra y el perrito companiero que por mi ausensia no comería, te sentás a escribir un presioso tango, en el cual me tratés de todo, diciéndome que soy uan ingrata malbada, una percanta trasionera o lo que a vos te guste, que no me voy a ofender por eso.
Todavía, si querés más datos para tu composisión, te comunico que al escaparme del bulíN me voy con un cabaliero que conosí el otro día en el sentrO, el cual de me asercó cuando yo estaba mirando una vidriera, y me dijo: “Usté merecería un tapado de bisontE y un coliar de brillantes, sinpática…”, a lo cual yo le contesté: “¿Le parese?...” y como una palabra saca la otro y las 2 laban la cara, a la final quedamos que yo me iría a vibir con él, que me tratará como una reinA, y hasta prometió de comprarme una licuadora para que yo pueda haser jugo en mis horas de ósio… ¿Te das cuenta qué cambio?
¡Adiós negrO, no mechés la culpa de nada y pensá que todo lo hago para que triunfés con una cansión en contra mía… ¡Ha, y apurate que te van a desalojar antes del 30!
Se despide de vos, tu tierna conpaniera quescapás de haser cualquier cosa parayudarte, Camila (haora gladiS”).


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EDIPO, inventor del complejo de...
césaR brutO
Cuando siento que alguien se queja porque gana poco sueldo y aumentan los presios, o porque se queda sin trabajo y lo van a desalojar, enseguida se me ocurre consolarlo, disiendole:
-Mientras no le pase lo que le paso a edipO, puede considerarse dichoso.
Y enseguida le cuento la siguiente historia, tal cual la conto un autor antiguo llamado sofocleS...
Al naser, edipO vino al mundO con una curiosa trajedia griega ordenada por los dioseS: tenia que matar a su padre y casarse con su madre. ¿Que te parese? Durante muchos anios, el muchacho vibio con un matrimonio de otro paix, creyendo que era hijo de ellos, pero cuando supo que tenia que matar a su padre resolvio escaparse para no cometer el crimen... !Es desir, fue a parar presisamente a su patria, ques adonde vibian sus padres lejitimos!
Cuando iba por el camino se peleo con un caballerO y le ronpio mortalmente la cabesa; despues siguio lo mas canpante y llego a lantigua siudá de tebaS, siudá questaba dominada por la efinjE, o sea un mostruO con alas de pajaro, cara y pechos de mugeR y el resto de leoN... (Esas eran bestias y no las que se ven haora!) Resulta que la efinjE proponia asertijos y adivinansas, y el que no asertaba moria, y cuando el edipO se aserco para intervenir en aquella audision de preguntas y respuestas, la efinjE le pregunto: "¿Cual es el bicho que camina primero con 4 patas, despues con 2 patas y a la final en 3 patas?" Entonses el edipO penso durante 30 segundos, y despues contesto:
-Ese bicho es el honbre, que cuando es chico camina en 4 patas, despues anda en 2, y cuando es viejo usa baston, o sea la tersera pata... Al ser derrotada, la efinjE se murio de rabia y el edipO gano el premio ofresido al ganador: !casarse con la reina, que habia enviudado resientemente! ¿Se dan cuenta como se viene preparando el bodrio?
Se caso el edipO, tuvo 4 hijos (2 machitos y 2 chancletas), y todo anduvo tranquilo y felis hasta que un dia se descubrio la trajedia: !edipO sentero de quel caballero que mato en el camino era su padre, que la reina viuda era su madre y que el venia a ser padre y hermano de sus hijos al mismo tienpo! Entonses, la reina tanbien sufrio una conmosion violenta y se haorco en el palasiO; el edipO se pincho anbos ojos y salio a pedir limosna; los hijos se pelearon por el trono bacantE; las 2 hijas fueron desgrasiadas hasta desir basta, y la cosa termino con la muerte de todos, no quedando ni uno solo de la familia edipO para creser y multiplicarse como corresponde...
!Esas son desgrasias para lamentar, y no el conplejo de andarse quejando porque sube la carne, sube el pan, sube la leche y suben los hueboS! !Mientras uno no mate al padre ni se case con su vieja, puede desir que todo marcha sobre rieles, y viba la pepA!

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Del Nuevísimo Disionario Ensiclopédico del CASTELIANO
césaR brutO
ANBISION: Palabra berval de tiempo presente y indicativa de unas ganas locas de venirse inportante, ya sea por medio de la platA, ya sea por medio del poder o ya sea por lo que sea, lanbisióN viene a ser como un bichito que agarra y se va metiendo de a poco adentro del honbre, por no desir tamién de la muger, y lo hase haser las cosas más troculentaS para conseguir el odgeto anbisionado, el cual jeneralmente es lanbisióN de mandar y que todo el mundO sincline respetoso y aguante cualquiera macana con una sonrisa desastifasión arriba de los labio. Esta palabra me viene opíparamente, porque hay un lebtor que me pidió que lesplique lo que sidnifica alsibíadeS, lo cual yo, de primera vista, pensé de quera algo del ingléS o del galisismO, pero mi tío aquileZ me sacó de mentira a verdá disiéndome de que alsibíadeS era el nonbre de un senior griego (y además del tiempo de antes, para ebitar líos), el cual senior griego pasó a la historia por ser de lo más anbisioso que se puede pedir, y hasta llegó a disfrasarse de democráticO para tener más mando y poder mejor haser de las súlias. Hay una linda, bélia y hermosa moraleja que dise que alsibíadeS tenía un perrO que le costó una ponchada de $$$$ por ser de rasA, y que un día, de buenas a primera, de un nabajaso le hiso saltar la cola, o sea que cuando alsibíadeS agarró y salió a pasear con el animalito toda la jente griega no hasía más que desir: -¡Ho, el perrO de alsibíadeS no tiene cola!... y otro preguntaba: -?Cómo es que se arreglará el perrO de alsibíadeS para sacudirse las moscA o saludar contento cuando alguno le hase una carisia¿... hasta que, a la final, un amigo le fue a preguntar al anbisioso melitaR griego: -?Porqué le cortó la cola a su perrO, don alsibíadeS¿... y el sofaifa le contestó: -Para que todos los papanata del pueblo se ocupen dese asunto, dejándo demientras tanto de ocuparse de lo que yo hago..., o sea más o meno lo que pasa en alguno paíx deuropA, que cuando la jente anda por alborotarse por culpa de alguna martingalA gorda que le hase el gobiernO, sienpre tienen a mano ya sea un choque de treN, ya sea un eclibsE, o ya sea un lindo crímen, para quentonses los paparulos sentusiasmen, y endemientras se ocupan del misterio de los plato boladoR, por egenplo, se olvidan de los lindos chanchulios que les preparan los que cortan el bacaladO. ¡Es tan grande el mundO en todos sus aspedto!.
BERRUGA: Pedasito de carne que sobresale arrugadita arriba del cútiS, hasiendo un efedto más bien fastidiosiento y puede liamar latensión de la jente curiosa, como pasó con mi tío el chinO el ánio pasado cuando es que fuimoS a maR deL platA, o sea de que al presentarse en medio de la playA todo el mundo agarró y corrió a mirarlo por los miles y miles de miliones de berrugas que tenía ensima del organismo, y hasta 4 o 3 doptoR questaban presente digieron de que nunca vieron un fenómeno igual, hasta quen una desas mi tío agarró y hiso de tripas corasóN y se tiró adentro del agua para labarse, y a la salida no le quedaba ni una sola berrugA, paca remedio (continuará)
INDIJESTIÓN: Verbo abjetivo y sustantivO que le puede pasar al cualquiera, ya sea por ser un tipo destómagO delicado, desos que no toman más que sopa de cabélio de ánjeL, y con los fideoS contado, o ya sea por una persona desas destómagO fuerte, a las cual nada les hase nada, hasta el día que les liega su saN martíN y esplotan como un cuete, ques ni masnimeno la cosa que le pasó al cumpá chichO de mi viejo, el cual se sentó a comer medio lechóN frío endemientra le hasían calentar el otro medio; despué, siguió con la pasta, de la cual apena si pasó del plato número 4, porque a él le gustaba al dentE y se los tragieron un poco pasados de punto, atrás siguió con un par de casuela de marisco, mesclando todo eso con buenos cachos de quesO, sausisA, suprasatA, chipolineS frito, una fuentada de grelO, un pedaso de peseto al horno con papa y 6 o 4 sardichelas, pero a lo último parese de que se le dió la loca de tomar un café un poco cargado de asúcaR, y como lasúcaR es la peor enemiga de la diabete, se le hiso una indijestióN de segundo grado y listo el pólio. Pero sin enbargo, el padre de él, que tiene más edá, sienpre come igual y nunca le pasó nada, porque tiene la precausión de comer aconpaniándose de bastante pan y, entre plato y plato, alguna tasita de caldo, para ir linpiando el camino. De toda manera, si hay jente que se muere por comer y hay jente que se muere de hanbre, yo pienso de queste mundo no lo entiende nadies...
INJUSTISIA: Primero de todo y antes de nada, injustisiA se dise a la cosa de que pierda uno un pleito, de que pierda su tiN de fulbo o de que le pase cualquiera cosa fea arriba de la vida. Cuando uno pierde en las carrerA sale disiendo:¡QuinjustisiA! ¡Pensar de que gana cada paparulo que no sabe nada de hipódramo, y que apena distingue cuál es el yoqui y cuál es la véstia, y en cambio pierde uno que conose la peformanse de la madrE, el padre, el abuelo y todos los pariente del burrO, junto con los apronte, las corrida en pribado y el análie de la sangre!... Por esta rasón es que la injustisiA anda siempre al orden del día y que en todas parte no se siente otra cosa que gritos, protestaS y otras yerba. Dise mi tío aquíleZ de quen tiempo de antaniO, o sea cuando era reinA la mariacastaniA, la jente representaba a la injustisia en forma de mujeR con ropas blanca, pero todas manchada de sangrE, y con la cabesa rodiada de serpiente, lo cual sidnifica, a ojo de buen mercadeR, que todo aquel que le dan el trabajo de ser jueS tiene que ser desente lo más que pueda, y con más rasón todavía si hay alguien serca que lo está mirando, porque la mancha que cae arriba de una reputasión no se saca con jabón de palO, y no es el primero que por no saber aguantar la tensióN se arruina la carrera, como le pasó a un doptoR que conosió mi viejo -a europA ¿he?- el cual doptoR agarró y estendió 8 sartificado de muertE natural a fabor de 8 ricachones que se murieron, quedando uno, quera amigo dél, duenio de toda la herensia. Pero entonses es que se aparesió la viuda, o sea un fiscaL, el cual dio la orden del desenterramiento de cada cadábeR, y por ese detalie se vino a descubrir de que un muertO murió haorcado, otro muertO murió de arsénico y encage antiguo, otro muertO traspasado de 23 punialada, otro descuartisado, y así eséteramente. El tribunal entonses enpesó a pensar en un crimen perfedto, y escarbando escarbando, a la final se descubrió todo, acabando el doptoR con 23 ánio de presióN, y a la salida, cuando salió, sencontró de que de toda su clientela que tenía ante no le quedaba ni siquiera un tipo con gripe para ir tirando. ¡La injustisiA, cueste lo que cueste, es una peste que algún día tiene que acabarse!.
SEREBRO: Hablando mal y pronto, un serebrO siempre y cuando funsione bien a punto, o sea sin que adelante o que atrase, es la parte más delicada y inportante de un cuerpo humano, y es por eso de que la naturalesA con todo lo sabiA ques agarró y colocó al serebrO adentro de una caja de buesos en forma de cráneO para que cualquier golpe pegue en la caja y no afedte el contenido, y tamién tuvo la buena precaución de ponerlo en la parte alta de cada cuerpo porque si por egenplo el serebrO estuviera en la pantorrilla siempre estaría en peligro de ser mordido de un perro, de que uno se lo golpiara en contra de una mesa o de que jugando al fúlbo cualquiera le sacudiera una patada en el serebrO, el cual por estar hecho de una pasta más bien blanda no es fácil denyesarla o entablilliarla, como se hase con una pata o una costilla.


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martes, 17 de marzo de 2009

TRISTEZA DE NO SER ALAN MOORE -k. ramone


TRISTEZA DE NO SER ALAN MOORE


K. Ramone


Mi cabeza, o lo que algunos —con la misma facilidad con que se dice cocacola— llaman "mente", es a menudo no man's land, y es bueno, hasta saludable que así sea, porque yo mismo me ausento de ese terreno baldío, insoportable, hediendo a humos devorados por otros humos, y puedo encontrarme con algunas imágenes más o menos plausibles de la pre-realidad. No sé, algo así: anteanoche, déjenme dar este ejemplo, soñé con una vaca, pero una vaca robot. Una vaca que me había visitado durante muchos años, la vaca más bella que había visto en mi vida, con manchas, claro está, pero de óxido. Algunos circuitos salían de sus orejas, sus grandes ojos de vaca eran dos pantallas amarillas en las cuales, aunque sólo de noche, era posible contemplar el amarillo sol de las mañanas de dibujo escolar. La vaca se llamaba Kurt Vonnegut, usaba bigote de cables pelados. Éramos los únicos en el gran desierto de la cuadra al otro lado de una ventana de mi casa. Como no había quien nos juzgara, nos preguntábamos cada día al unísono: ¿Eres heterosexual? Y al unísono nos respondíamos: Sí, ¿por qué? Y ahí mismo nos poníamos a echar cachitas, a culearnos, porque al fin y al cabo yo era de carne y hueso y ella era una vaca robot, y éramos libres y condenados a morir, yo por cese de respiros algún día cercano, ella por algún chip echado a perder. Y yo le metía mi utensilio sexual, lindo como una cuchara de plata o una llave de lavabo, y al acabar en ella llegaban a salir chispitas y me daba la corriente y yo pegaba un atómico gritito, algo así como "ay, que me dio la corriente en el peneStereo", y después ella me hacía cositas y "ay, que me volvía a dar la corriente". Cada día, antes de terminar su visita, la vaca robot Kurt Vonnegut me preguntaba si estaba escribiendo algo. Y yo le mentía que sí, que iba súper avanzado en mis proyectos, que nada me quitaba tiempo. "Ya, muy bien", algo así decía ella, y luego nos decíamos adiós con una fuerte y varonil apretón de mano y pezuña. En el sueño la vaca me visitaba durante casi mil años. Ya empezaba yo a madurar cuando dejó de visitarme. Un día salí a buscarla y la encontré: estaba muerta, totalmente oxidada, comida por larvas de laser, tirada en las afueras de la única ciudad en pie. No lloré, porque al fin y al cabo era ella solamente un robot y yo un perfecto ser humano respirando solitario en el desierto, ajeno hasta para mí mismo. Cosas así. Lo otro es despertar, quedarse no en la pre-realidad sino en la mera realidad, ese mismísimo muñeco de asco.

Todo lo anterior para contar que he andado con depre. Deprimido desde hace semanas, deprimido por una razón muy puntual: Alan Moore. De repente me dio el bajón, me acordé de los comics leídos y de mis días de niño-mierda-adolescente, y me puse a buscar en la red todo lo que tuviera que ver con Alan Moore, desde entrevistas, scripts, facsímiles, hasta videos, fotos, en fin, todo, todo lo que tuviera algo que decir sobre él, y empecé el camino hacia la desolación.

Descubrí que quiero ser Alan Moore.

Sin embargo, lo que de verdad he descubierto es peor: que NO PUEDO SER ALAN MOORE. Y eso me deprime. O tal vez no es que quiera ser el Alan Moore de ahora, sino el de los ochenta. Eso. Ese Alan Moore. Pero, no puedo mentir, también quiero ser el de ahora, y el de los noventa. Pero es imposible, la realidad de este país llamado como un ají, es muy distinta a Inglaterra o USA. Y que se me entienda bien: no viviré en esos lugares. Hablo acá de otra cosa, de la probabilidad de ser Alan Moore en un país cuya cultura de mierda no tiene ese espacio en donde sea posible entender como algo serio el trabajo de un guionista de comic o de un cartoonist o de un colorista, en fin, de alguien que cuando chico o a sus 37 diga "quiero ser guionista de comic o dibujante" (disculpen, pero me gusta más la palabra cartoonist), en fin, y que aunque no lo tenga asegurado, tenga al menos la oportunidad de hallar ese mundo de aficionados o freaks o bichos raros en que su trabajo es medido con el mismo celo o simple cariño con que otros tributan a Dostoievsky o Matta. Y qué mejor: si se le pega el palo al gato, terminar viviendo o subsistiendo gracias a los guiones y los monos. En Chile hubo algo así, aunque en Chile hubo también algo llamado dictadura que mandó todo eso al diablo; y luego, ahora en este muñeco con frío llamado democracia a la chilena, hay la idea de que esas cosas no venden, que no tienen salida, que no son un buen negocio (como si esos fueran los únicos cálculos o parámetros válidos, los que riman con dinero). Y bueno, yo no creo que sea así: digo, no creo que fueran un mal negocio, pero sobre todo no creo que todo deba ser un buen negocio para tener derecho a existir. En gringolandia y en Europa y en Japón, valga decirlo, el comic no muere y sigue saliendo gente que cuando chica quiso, así como otros doctor o ingeniero, ser dibujante o guionista de comic. Bueno, el tema da para largo y discutirlo no es la intención de esta flecha al viento (¿flecha zen?, ¿flecha zen?). Ni siquiera sé cuál es la intención (pero por favor, qué mala clase de escritor es usted, ayayayay).



Lo que quiero decir, o por lo menos intentar decir, es que Alan Moore debería haber sido yo. Que así otro tipo, o sea yo aunque sin ser yo, estaría queriendo ser yo, uno que no habría sido yo, sino Alan Moore. Pero, si siendo Alan Moore —pienso—, no me hubiera llamado así, sino como acá me llamo, y si hubiera nacido en Chile, el Chile de este tiempo, ¡puf!, todo sería esta misma fucking stuff de ahora, y estaría igual de jodido y a punto de optar por la vía breve de la fama, el camino abreviado hacia un tipo demasiado luminoso (hasta la obnubilación claro está) de estrellato: matar de nuevo a John Lennon o por lo menos al doble chileno de él, o ser un Charles Manson chileno, llegando a una casa en donde haya un horrible asado a la chilena, lo que quiere decir un grupo de weones hablando de fútbol o de la tele o, si son cuRtos y "literatos", hablando con el hociquito atestado de clichés de los mismos cinco poetitas y novelistitas que la llevan o que venden o que, en su defecto, son los "underground" que la están rompiendo, en fin, todo eso, cosas que en Chile no importan mucho si uno lo mira bien. Por lo mismo, qué va a importar que un pobre, un miserable tipo como yo ande deprimido por no poder ser Alan Moore. Y ni siquiera me parezco a él, para ser acaso su doble chileno, aunque sólo yo supiera a quién estoy plagiando con esa pinta. Queda un triste, por trascendental, consuelo: por ahí, en el computador de la casa, tengo guardados scripts facsimilares de Alan Moore que esperan por mi lectura. Los plagiaré, los plagiaré, los plagiaré, como he hecho con cada texto de calidad que ha caído en mis manos, pues yo soy el Campeón Mundial del Plagio, el Gran Zorzal Plagiario, aunque de poco sirva, puesto que soy sólo un androide, el último de mi tipo en el pasaje en que vivo, ese futuro desierto en que ni por nuestros gatos seremos llorados. Soy el androide más triste del barrio.

Aunque uno de mis testículos es mi CPU y puedo desconectarme en cualquier momento —soy algo así como un androide configurado también para el suicidio— no lo haré por hoy, ya que deseo seguir viendo cómo crecen las larvas de mi corazón imaginario y cómo mis plagios adquieren, a veces, la forma de poemas que parecen escritos por obra humana.

...three, two, one, zero...IGNITION!


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domingo, 15 de marzo de 2009

JULIO RAMÓN RIBEYRO: UN CUENTISTA MAYOR QUE LEYÓ A SUS MAYORES


JULIO RAMÓN RIBEYRO:
UN CUENTISTA MAYOR QUE LEYÓ A SUS MAYORES


Mario Vargas Llosa es un gran escritor peruano, sobre todo un gran novelista, aunque, políticamente hablando, suele ser un miserable (la miseria del oportunista); Julio Ramón Ribeyro fue un gran escritor peruano, sobre todo un gran cuentista, y fue un hombre bueno, un hombre serio, quitado de bulla, riguroso, miembro de lujo del club de los arriesgados y una luminosa lección de técnica. Sí, Ribeyro, aparte de escritor mayor, fue un hombre bueno, tanto que supo ser a veces un miserable, con omisiones miserables, principalmente frente a Alan García, el modelo del político corrupto y, desde el revisionismo de corte neoliberal, epítome del reaccionario (si se me perdona esta expresión deudora de épocas con menos horas dormidas y, no obstante, con más sueños). Pero todos hemos sido miserables, en más de un sentido, por acción u omisión. La historia de los latinoamericanos es, de hecho, la historia de la entrada en las miserias de diverso cuño o el intento, siempre el intento, de escatimarles el cuero.
Acá no vamos a hablar de Mario Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro; de su amistad, de su distanciamiento, de los valores absolutos y relativos de uno y otro. No vamos a hablar de uno y otro, pues vamos a hablar de uno: Ribeyro. Uno de los mejores cuentistas de habla hispana y, quiero creer, de cualquier lengua. Recuerdo que en los ochenta lo leíamos poco; ahora, también. No es un escritor de aquellos que uno vive recordando, porque su voz es demasiado grande y su lectura del fracaso demasiado encaradora; uno se acuerda así “como de repente” de Ribeyro; uno se acuerda de él, por ejemplo, cuando debemos pensar en el Oficio, el Oficio de escritor que pretende tener densidad, una propuesta y, sobre todo, una buena lectura de autores insoslayables (Poe, Chéjov, Kafka, verbigracia). A todo esto, ¿qué hace que un escritor sea insoslayable?: el hecho de que podamos —perfecta y rigurosamente— soslayarlo, aunque sabiendo (o, lo que es peor, sin saber) que ese autor y su trabajo siguen allí, sin perder nada ni a nadie, pues los únicos que se privan de algo (¿algo que puede ser Literatura?) somos nosotros. También tal posibilidad es una "apuesta a ganador" con el fracaso.
Ya que hablamos de fracaso, debemos aludir a la derrota y sus víctimas. Ribeyro fue un maestro en cuentos que hacen una autopsia a cuerpo viviente del fracaso, de la derrota, de los derrotados.
Ribeyro ha sido siempre un escritor prescindible, por eso es tan importante, por eso es imprescindible: tiene algo que decirnos. De nosotros depende, no de lo que se nos diga, si lo leemos o no.

K. Ramone


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Los gallinazos sin plumas


Julio Ramón Ribeyro

A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada. Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas.

A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón comienza a berrear:

–¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!

Los dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los ojos legañosos. Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado y en su fondo transparente se ven crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.

¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno.

Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que desemboca en el malecón.

Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la voz de alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a veces sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandestina que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por los edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria.

Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo. Cada uno escoge una acera de la calle. Los cubos de basura están alineados delante de las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesa los restos de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras ligeramente descompuestas. La pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que colecciona con avidez.

Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan sobre el próximo. No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho. A veces son sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando regado su botín. Pero, con más frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la jornada está perdida.

Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La niebla se ha disuelto, las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido.

Don Santos los esperaba con el café preparado.

–A ver, ¿qué cosa me han traído?

Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo comentario:

–Pascual tendrá banquete hoy día.

Pero la mayoría de las veces estallaba:

–¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual se morirá de hambre!

Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes de los pescozones, mientras el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.

–¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros. Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!

Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable. Todo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de más desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran hasta el muladar que estaba al borde del mar.

–Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está junto.

Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas o quemadas. Enterrando las manos comenzaron la exploración. A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían una carroña devorada a medios. En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse guijarros qne rodaban hacía el mar. Después de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos.

–¡Bravo! –exclamó don Santos–. Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.

Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos lugares y los gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la preciosa suciedad.

Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio e había causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero Don Santos no se percató de ello, pues tenía visita. Acompañado de un hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.

– Dentro de veinte o treinta días vendré por acá –decía el hombre–. Para esa fecha creo que podrá estar a punto.

Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos.

–¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de Pascual! El negocio anda sobre rieles.

A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.

–Tiene una herida en el pie – explicó Enrique –. Ayer se cortó con un vidrio.

Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.

–¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo.

–¡Pero si le duele! –intervino Enrique–. No puede caminar bien.

Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual.

–Y ¿a mí? –preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo–. ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas!

Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora después regresaron con los cubos casi vacíos.

–¡No podía más! –dijo Enrique al abuelo–. Efraín está medio cojo.

Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia.

–Bien, bien –dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó hacia el cuarto–. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar!

Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso.

–Lo encontré en el muladar –explicó Enrique– y me ha venido siguiendo.

Don Santos cogió la vara.

–¡Una boca más en el corralón!

Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta.

–¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida.

Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el lodo.

–¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!

Enrique abrió la puerta de la calle.

– Si se va él, me voy yo también.

El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir:

–No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena nariz para la basura.

Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la garúa. Sin decir nada, soltó la vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.

Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió donde su hermano.

–¡Pascual, Pascual... Pascualito! – cantaba el abuelo,

–Tú te llamarás Pedro – dijo Enrique acariciando la cabeza de su perro e ingresó donde Efraín.

Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire. Los dedos habían perdido casi su forma.

–Te he traído este regalo, mira –dijo mostrando al perro–. Se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe... Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras en la boca.

¿Y el abuelo? –preguntó Efraín extendiendo su mano hacia el animal.

–El abuelo no dice nada –suspiró Enrique.

Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La voz del abuelo llegaba:

–¡Pascual, Pascual... Pascualito!

Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, porque en esta época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el corralón, hablando solo, dando de varillazos al emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra.

–¡Mugre, nada más que mugre! – repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna.

A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El viejo, que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. Si Enrique enfermaba, ¿quién se ocuparía de Pascual? La voracidad del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían venido a quejar.

Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.

–¿Tú también? –preguntó el abuelo.

Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.

–¡Está muy mal engañarme de esta manera! –plañía–. Abusan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo solo de Pascual!

Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.

–¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá, comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar!

A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media hora después regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Baja Policía lo había ganado. Los perros, además, habían querido morderlo.

¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen!

Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto.

–¿Si se muere de hambre –gritaba– será por culpa de ustedes!

Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables. Los tres pasaban el día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía. Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en las manos de sus amos. Don Santos, a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verduras y preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su apetito creyendo así hacer más refinado su castigo.

Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en su camino. Por último reingresaba en su cuarto y quedaba mirándolos fijamente, como si quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.

La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y lanzó un rugido:

¡Arriba, arriba, arriba! - los golpes comenzaron a llover–. ¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!...

Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara alzarse y abatirse sobre su cabeza como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.

–¡A Efraín no! ¡El no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar!

El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en recuperar el aliento.

–Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro cubos...

Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro quiso seguirlo.

–Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín.

Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. En el camino comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste.

Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido pero el abuelo no se movió.

–¡Aquí están los cubos!

Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, comenzó a gemir:

–Pedro... Pedro...

–¿Qué pasa?

–Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... después lo sentí aullar.

Enrique salió del cuarto.

–¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?

Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento. De un salto se acercó al viejo.

–¿Dónde está Pedro?

Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del perro.

– ¡No! – gritó Enrique tapándose los ojos –. ¡No, no! – y a través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.

–¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?

El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la mano encontró la vara que tenía el extremo manchado de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al viejo.

–¡Voltea! –gritó– ¡Voltea!

Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra su pómulo.

–¡Toma! –chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al chiquero.

Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído pero no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura que él nunca había escuchado.

¡ A mí, Enrique, a mí!...

–¡Pronto! –exclamó Enrique, precipitándose sobre su hermano –¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero! ¿Debemos irnos de acá!

–¿Adónde? –preguntó Efraín.

–¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!

–¡No me puedo parar!

Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula.

Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.






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domingo, 8 de marzo de 2009

Juan Luis Martínez: la pájara desaparición de la autoría


JUAN LUIS MARTÍNEZ:
LA PÁJARA DESAPARICIÓN DE LA AUTORÍA


"Me complace irradiar una identidad velada como poeta;
esa noción de existir y no existir, de ser más literario que real."

JLM


a) La de Juan Luis Martínez (1942 – 1993) es una poesía de alto riesgo. Es hijo legítimo, como Linh o Rodrigo Lira por ejemplo, de Don Mito González, el padre de los mitos literarios hispanoamericanos; ante los mitos (veamos lo que sucede con Mario Santiago Papasquiaro en México), es fácil unirse a la cáfila de historias e historietas acerca del autor, de su entorno, y evitar "sanamente", de paso, el encuentro —choque a pleno hocico más bien, en el caso de los autores nombrados acá—, la lectura de los mismos. Sea para bien o mal, lo preferible es LEERLOS, hay que correr ese albur.


b-a) No fue un escritor marginado (gozó del respeto de sus pares, entre quienes, para variar, estuvo Lihn, llamado El Que Sabía Leer); fue, empero, y lo es aún, un escritor marginal. Alejado de la farándula literaria, de la obsesión por publicar, de las obscenidades propias del ombliguismo exacerbado, construyó una poesía que no es fácil.


b-a-c) De Juan Luis Martínez nos queda: la locuacidad de pájaro que sueña a otros pájaros, es decir, un ave que sueña que tiene otras voces en medio del ramaje tupido; una actitud ética, pero desde la literatura, o sea, una sola actitud provista de varias éticas; la posibilidad de ser serios pese a la voluntad del Yo, y el riesgo de naufragar cada día y salir convertido en fantasma de caballero andante, de doncella, de puta gata, en fin, la probabilidad de alcanzar formas o visiones humanas; sobre todo, nos queda un nombre —el suyo— tachado por propia mano (acto que, entre otros atentados gozosos, nos llama la atención acerca de lo que sí es —si es que de repente lo fuera— importante: el Poema, no el accidente, no la anécdota del autor); que todo lo dicho es parte, lo mismo que acá, de cada cosa dicha.


z-a) Nadie, nadie que sea un lector atento, por supuesto, resulta ileso después de la experiencia de su lectura. Cuando uno lee poesía de tal inmen/d/ensidad, debe salir con la cabeza rota en mil pedazos de vidrio, los brazos quebrados como ideas, las verijas molidas como comida de enfermo, los ojos volando lejos como puertas de después, las tetas o las tetillas revolcándose en el polvo.


Kato Ramone


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La desaparición de una familia

Por Juan Luis Martínez

1.- Antes que su hija de 5 años
se extraviara entre el comedor y la cocina
él le había advertido: "-Esta casa no es grande ni pequeña,
pero al menor descuido se borrarán las señales de ruta
y de ésta vida al fin, habrás perdido toda esperanza"


2.- Antes que su hijo de 10 años se extraviara
entre la sala de baño y el cuarto de los juguetes,
él le había advertido: "-Esta, la casa en que vives,
no es ancha ni delgada: sólo delgada como un cabello
y ancha tal vez como la aurora,
pero al menor descuido olvidarás las señales de ruta
y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza".


3.- Antes que "Musch" y "Gurba", los gatos de la casa,
desaparecieran en el living
entre unos almohadones y un Buddha de porcelana,
él les había advertido: "
-Esta casa que hemos compartido durante tantos años
es bajita como el suelo y tan alta o más que el cielo,
pero, estad vigilantes
porque al menor descuido confundiréis las señales de ruta
y de esta vida al fin, habréis perdido toda esperanza".


4.- Antes que "Sogol", su pequeño fox-terrier, desapareciera
en el séptimo peldaño de la escalera hacia el 2º piso,
él le había dicho: "-Cuidado viejo camarada mío,
por las ventanas de esta casa entra el tiempo,
por las puertas sale el espacio;
al menor descuido ya no escucharás las señales de ruta
y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza".


5.- Ese último día, antes que él mismo se extraviara
entre el desayuno y la hora del té,
advirtió para sus adentros:
"-Ahora que el tiempo se ha muerto
y el espacio agoniza en la cama de mi mujer,
desearía decir a los próximos que vienen,
que en esta casa miserable
nunca hubo ruta ni señal alguna
y de esta vida al fin, he perdido toda esperanza".


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OBSERVACIONES SOBRE EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS
Por Juan Luis Martínez


El Lenguaje de los Pájaros o Confabulación Fonética es un lenguaje inarticulado por medio del cual casi todos los pájaros y algunos escritores se expresan de la manera más irracional posible, es decir a través del silencio. La Confabulación Fonética no es sino la otra cara del silencio. (los pájaros más jóvenes como también así algunos escritores y músicos sufren hoy por exceso de libertad y están a la búsqueda del padre perdido)

Los pájaros ambicionan escapar escapar del círculo del árbol del lenguaje- desmesurada empresa, tanto más peligroso, cuanto más éxito alcanzan en ella -. Si logran escapar se desentienden de árbol y lenguaje. Se desentienden del silencio y de sí mismos. Ignoran que se desentienden y no entienden nada como no sea lo indecible. Se desescuchan del silencio. Se desescuchan de sí mismos. Quieren desescucharse del oído que alguna vez los escuchara: (los pájaros no cantan: los pájaros son cantados por el canto: despajareándose de sus pájaros el canto se des-en-canta de sí mismo: los pájaros reingresan al silencio: la memoria reconstruye en sentido inverso "El Canto de los Pájaros": los pájaros cantan al revés).

Los pájaros viven fundamentalmente entre los árboles y el aire y dado que sus sentimientos dependen de sus percepciones, el canto que emiten es el lenguaje transparente de su propio ser, quedando luego atrapados por él y haciendo que cada canto trace entonces un círculo mágico en torno a la especie a la que ellos pertenecen, un círculo del que no se puede huir, salvo para entrar en otro y así sucesivamente hasta la desaparición de cada pájaro en particular y en general hasta la desaparición y/o dispersión de toda la especie.

Los pájaros no ignoran que muchos poetas jóvenes torturan las palabras para que ellas den la impresión de profundidad. Se concluye que la literatura sólo sirve para engañar a pobres gentes respecto a una profundidad que no es tal. Saben que se ha abierto un abismo cada vez más ancho entre el lenguaje y el orden del mundo y entonces se dispersan o enmudecen: dispersan dispersas migas en el territorio de lo lingüístico para orientarse en el regreso (pero no regresan) porque no hay adonde regresar y también porque ellos mismos se desmigajan en silencio desde una muda gritería y tragan en silencio su propio des-en-canto: descantan una muda gritería. ¿Se tragan a pequeños picotazos el silencio de su muda gritería? : (cantando el des-en-canto descantan el silencio: el silencio se los traga).

A través del canto de los pájaros, el espíritu humano es capaz de darse a sí mismo juegos de significación en número infinito, combinaciones verbales y sonoras que le sugieran toda clase de sensaciones físicas o de emociones ante el infinito. (Develar el significado último del canto de los pájaros equivaldría al desciframiento de una fórmula enigmática: la eternidad incesantemente recompuesta de un jeroglífico perfecto, en el que el hombre jugaría a revelarse y a esconderse a sí mismo: casi el Libro de Mallarmé).

Cantando al revés los pájaros desencantan el canto hasta caer en el silencio: -lenguaje – lenguajeando el lenguaje -, lenguajeando el silencio en el desmigajamiento de un canto ya sin canto. Se diría: (restos de un Logos: migajas de un Logos: migas sin nombre para alimento de pájaros sin nombre: pájaros hambrientos: (pájaros hambreados por la hambruna y el silencio).

Desconstruyen en silencio, retroceden de unos árboles a otros: (han perdido el círculo y su centro: quieren cantar en todas partes y no cantan en ninguna): no pueden callar porque no tienen nada que decir y no teniendo nada picotean como último recurso las migajas del nombre del (autor): picotean en su nombre inaudible las sílabas anónimas del indecible Nombre de sí mismos.


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martes, 3 de marzo de 2009

UNA NOVELA EN SEIS PALABRAS


UNA NOVELA EN SEIS PALABRAS


Esto es una leyenda. Una mitología literaria. Pero es muy probable que sea real (es probable que hasta la existencia de la Literatura sea real).

Monterroso, aparte de gran humorista, fue un gran escritor; otros dirán que, aparte de gran escritor, fue un gran humorista; otros, que junto con ser un gran humorista, fue un gran escritor, o viceversa. Me quedo con cualquiera de las alternativas. No fue el mayor humorista/escritor/humorista/escritor en lengua española del siglo XX (sitio que pertenece a Borges), pero es autor de uno de los mejores chistes y, al mismo tiempo, uno de los mejores cuentos breves: El Dinosaurio. Se dice que es el más breve del mundo; puede que sea así, aunque personalmente no conozco todos los cuentos publicados en el mundo, ni menos todos los cuentos.

El chiste/cuento/cuento/chiste es el siguiente, ya tú lo sabes:

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”

El relato, de siete palabras (¡oh gran número 7!), fue publicado por el autor, es realmente (está probado casi como verdad judicial) una historia escrita por Monterroso.

Ahora empieza la mitología: se cuenta que Ernest Hemingway escribió una novela de seis palabras. No un cuento; una novela.

Se dice que Hemingway hizo esta apuesta: que podía escribir una historia completa en tan sólo seis palabras. Ganó el desafío con esta narración:

For Sale: Baby shoes, never worn.” (“Vendo: Zapatos de bebé, nunca usados” —hago una traducción que conserva las seis palabras—.)

Es un gran chiste también. Más breve (¡oh gran número 6!) y más oscuro que el de Monterroso. Es, en realidad, una historia terrible, un chiste de mal gusto, un chiste de borrachos babososamente indolentes. Es frío, es una obra maestra de la frialdad, y es tierno, tiene la ternura de la muerte de un angelito; por tal razón, no dudo que efectivamente pertenece a Hemingway.

Hemingway fue una gran humorista, un humorista tierno y frío, un humorista oscuro y sensible, un humorista, pues, que no escabulló lo humano, lo intrínsecamente humano: todos, al menos una vez en la vida y merced a los contextos —ya otros lo han dicho— seremos el ser más bueno del mundo y, también, el más perverso.

Hemingway, en todo caso, contó su mejor chiste el último día de su vida, cuando de un escopetazo se voló todo lo que tenía de cabeza. Una especie de humorada absoluta, infalible, por lo tanto, irrebatible (es probable que hasta la existencia de la Literatura sea real).

K. RAMONE

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