A eso de las tres de la mañana de la tercera madrugada, la sombra de John Cristo, el amigo de todos y odiado por todos, cayó llena de cuerpo y con sonido seco sobre el piso del Bar. Un gato que dormitaba sobre ese mismo sitio, ahíto de sorpresa y espanto, arañó la cara del cuerpo sobre la sombra, la misma sombra que por treintaytantos años terrestres cargó John Cristo, el Eterno Salvador de los rockers cerveceros. Uno de estos rockers, miembro de una banda tributo a The Ramones llamada Jackie is a runt, se allegó, molido el aliento por la mucha cerveza y la tanta boca, al pecho del recién caído y dijo, en voz alta y en perfecto español, lo que ya se había adivinado: "Está muerto". "Está bien muerto", dijo uno que no era rocker y que hablaba entredientes, aunque lo suficientemente mal calculado como para ser escuchado por los doce rockers amigos de John Cristo.
Cuando terminó la trifulca había trece muertos, uno el ya nombrado John Cristo, y el resto, el que no era rocker y que habló por última vez en su vida entredientes, y once de los doce amigos rockers ya referidos. El número doce fue hallado colgando de un arco de fútbol a la mañana siguiente, esto en la Población vecina al basural llamado el Calvario, cercano a la esquina del pasaje en que vive desde hace varios años un perro del tipo quiltro llamado Nailon, el perro de carne y plástico.
Cuando no termina bien, la vida termina mal, decía mi estúpida madre cada vez que se hacía un aborto. Y, claro, la vidas levemente relatadas acá terminaron mal. Afuera del bar se levantó una animita pintada de celeste, un triste espactáculo en honor a la muerte y en que suelen echar sus hediondas meadas los borrachos y uno que otro perro sin nombre conocido. A veces, también, algún gato de esos de cola quebrada y bien flacos.
John Cristo sigue siendo oído a través de los cuatro CDs con que algunos rockers de corazón lo tributan. Siempre hacen la pobre analogía con Jesus, llamado el Cristo; sin embargo, su vida no tuvo nada que ver con Cristo ni con Jesús ni con hijo alguno del Hombre. Por supuesto, sí tuvo que ver con los excesos y el rock'n'roll, pero de ahí resultaría sólo un nuevo y miserable cuentito de carácter didáctico o qué sé yo.
En este relato, hay, ahora lo digo, un secreto: lo que John Cristo supo la misma noche en que cayó sobre su sombra, sombra que ya lo esperaba en el suelo cuando cayó de hocico y secamente, sombra que no podía, esto debe ser así, saber del secreto afincado en John Cristo desde esa noche de muerte. Lo que John Cristo supo, no será dicho hoy ni mañana ni nunca. Lo que supo no lo sé yo. Dicen que lo sabe Nailon, el perro, pero eso de nada nos sirve, pues desde hace miles de años se tiene la idea de que los perros no hablan la lengua de los humanos. Una lástima. Pues bastaría sólo con preguntarle con amabilidad. Yo no lo haré, porque sólo soy la voz del narrador de un relato, cosa de suyo abstracta, muy inútil, asaz inconsistente, demasiado poca cosa para la vida real. Hasta aquí entonces. Saludemos en todo caso a los honestos seguidores del rock'n'roll en todas sus vertientes o estilos. Señor, qué más podemos hacer, qué más, ¿acaso llorar por quienes, otra vez, mueren miserable y torpemente? Eso ya lo sabía mi madre después de cada aborto. Dejó de saberlo, pienso, una vez que pese a todo yo vine a nacer en este mundo, que no es un mundo de mierda, pero que está cerca de serlo.
K. Ramone