Unas palabras previas. El breve cuento que leerán a continuación puede considerarse epítome de la narrativa de Carver; contiene todos los elementos que caracterizan su cuentística. Vidas ordinarias, quebradas por la incomunicación, la sucia realidad del llamado Dirty Realism, en fin, la gran mediocre hazaña de los derrotados por la cotidianidad, la rutina, la vida hecha de días. El relato ha tenido tres nombres: "Little Things" en I'm calling From, "Mine" en Furious Seasons and Other Stories, y en What We Talk About When We Talk About Love, aparece como "Popular Mechanics"; este último título es el más publicado y es el que le conocemos en la traducción al castellano. Para nosotros, frente a su asunto, es el mejor nombre para el cuento. En esta ocasión, hemos realizado (aunque imperfecta, como todo intento de trasvasijar a un idioma ajeno las particularidades del original) una nueva traducción, una que creemos, si no mejor que la conocida en libros y en Internet, por lo menos más fiel al ritmo y al tono de Carver --a la forma de construir sus diálogos por ejemplo (aunque en estricto rigor, Carver no hace dialogar a sus personajes, sino, más bien, acentúa la incomunicación)--, en consecuencia una traducción acaso más digna frente al estilo narrativo carveriano . Más allá de esto, el cuento es potentísimo en su brevedad. Carver fue y es un maestro del relato breve. En 1998, en Consejos Sobre El Arte De Escribir Cuentos, Roberto Bolaño dijo: "Y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo". Toda la razón.
MECÁNICA POPULAR
Por Raymond Carver
Temprano aquel día el tiempo cambió y la nieve se deshizo en agua sucia. Venas de nieve derretida descendían desde la ventanita a la altura del hombro que miraba hacia el patio trasero. Los automóviles salpicaban nieve afuera, donde estaba oscureciendo. Pero adentro también estaba oscureciendo.
Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.
— ¡Estoy feliz de que te vayas! ¡Estoy feliz de que te vayas! —dijo—. ¿Escuchas?
Él continuó metiendo sus cosas en la maleta.
¡Hijo de perra! ¡Estoy tan feliz de que te vayas! —empezó a llorar—. Ni siquiera puedes mirarme a la cara, ¿verdad?
Entonces notó la fotografía del bebé sobre la cama y la tomó.
Él la miró y ella enjugó sus ojos y lo miró fijamente antes de dar la vuelta y regresar al living.
— Devuélveme eso —dijo él.
— Sólo toma tus cosas y ándate —dijo ella.
Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, echó una mirada al dormitorio antes de apagar la luz. Luego salió al living.
Ella estaba de pie a la entrada de la pequeña cocina, con el bebé en brazos.
— Quiero al bebé —dijo él.
— ¿Estás loco?
— No, pero quiero al bebé. Mandaré a alguien a que venga por sus cosas.
— Tú no tocas este bebé —dijo ella.
El bebé había empezado a llorar y ella le quitó la manta alrededor de su cabeza.
— Oh, oh —dijo ella, mirando al niño.
Él dio un paso hacia ella.
— ¡Por el amor de Dios! —dijo ella. Retrocedió hacia el interior de la cocina.
— Quiero el bebé.
— ¡Sal de aquí!
Ella se volvió y trató de mantener al bebé en un rincón detrás de la cocina.
Pero él avanzó. Alcanzó el otro lado de la cocina y apretó sus manos al bebé.
— Suéltalo —dijo él.
— ¡Márchate, márchate! —gritó ella.
El bebé estaba enrojecido y gritando. En el forcejeo tiraron un florero que colgaba detrás de la cocina.
Entonces él la apretó contra la pared, tratando de quebrar su resistencia. Agarró al bebé y presionó con todo su peso.
— Suéltalo —dijo él.
— No —dijo ella—. Estás lastimando al bebé —dijo.
— No estoy lastimando al bebé —dijo él.
Por la ventana de la cocina no entraba luz. En la casi oscuridad, él se ocupó de los dedos apuñados de ella con una mano y con la otra tomó al bebé llorando por debajo de un brazo, cerca del hombro.
Ella sintió sus dedos siendo forzados a abrirse. Ella sintió al bebé alejándosele.
— ¡No! —gritó al mismo tiempo que sus manos cedían.
Ella tendría este bebé. Intentó agarrar al bebé del otro brazo. Lo tomó por la muñeca y se echó hacia atrás.
Pero él no lo soltaría. Sintió al bebé escapándosele de las manos y tiró muy fuerte.
De esta manera, la cuestión quedó resuelta.
***
Traducción de: K. Ramone
Por Raymond Carver
Temprano aquel día el tiempo cambió y la nieve se deshizo en agua sucia. Venas de nieve derretida descendían desde la ventanita a la altura del hombro que miraba hacia el patio trasero. Los automóviles salpicaban nieve afuera, donde estaba oscureciendo. Pero adentro también estaba oscureciendo.
Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.
— ¡Estoy feliz de que te vayas! ¡Estoy feliz de que te vayas! —dijo—. ¿Escuchas?
Él continuó metiendo sus cosas en la maleta.
¡Hijo de perra! ¡Estoy tan feliz de que te vayas! —empezó a llorar—. Ni siquiera puedes mirarme a la cara, ¿verdad?
Entonces notó la fotografía del bebé sobre la cama y la tomó.
Él la miró y ella enjugó sus ojos y lo miró fijamente antes de dar la vuelta y regresar al living.
— Devuélveme eso —dijo él.
— Sólo toma tus cosas y ándate —dijo ella.
Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, echó una mirada al dormitorio antes de apagar la luz. Luego salió al living.
Ella estaba de pie a la entrada de la pequeña cocina, con el bebé en brazos.
— Quiero al bebé —dijo él.
— ¿Estás loco?
— No, pero quiero al bebé. Mandaré a alguien a que venga por sus cosas.
— Tú no tocas este bebé —dijo ella.
El bebé había empezado a llorar y ella le quitó la manta alrededor de su cabeza.
— Oh, oh —dijo ella, mirando al niño.
Él dio un paso hacia ella.
— ¡Por el amor de Dios! —dijo ella. Retrocedió hacia el interior de la cocina.
— Quiero el bebé.
— ¡Sal de aquí!
Ella se volvió y trató de mantener al bebé en un rincón detrás de la cocina.
Pero él avanzó. Alcanzó el otro lado de la cocina y apretó sus manos al bebé.
— Suéltalo —dijo él.
— ¡Márchate, márchate! —gritó ella.
El bebé estaba enrojecido y gritando. En el forcejeo tiraron un florero que colgaba detrás de la cocina.
Entonces él la apretó contra la pared, tratando de quebrar su resistencia. Agarró al bebé y presionó con todo su peso.
— Suéltalo —dijo él.
— No —dijo ella—. Estás lastimando al bebé —dijo.
— No estoy lastimando al bebé —dijo él.
Por la ventana de la cocina no entraba luz. En la casi oscuridad, él se ocupó de los dedos apuñados de ella con una mano y con la otra tomó al bebé llorando por debajo de un brazo, cerca del hombro.
Ella sintió sus dedos siendo forzados a abrirse. Ella sintió al bebé alejándosele.
— ¡No! —gritó al mismo tiempo que sus manos cedían.
Ella tendría este bebé. Intentó agarrar al bebé del otro brazo. Lo tomó por la muñeca y se echó hacia atrás.
Pero él no lo soltaría. Sintió al bebé escapándosele de las manos y tiró muy fuerte.
De esta manera, la cuestión quedó resuelta.
***
Traducción de: K. Ramone
No hay comentarios:
Publicar un comentario