jueves, 18 de marzo de 2010

ANOTACIÓN: 27 de Febrero de 2010, 2:01:59 (en bloc de notas)

ANOTACIÓN: 27 de Febrero de 2010, 2:01:59 (en bloc de notas)

Mi abuelo leyó a Traven, estoy seguro, tan seguro como de que puedo estar inventando el hecho, lo que resultaría un perfecto homenaje a Traven. Durante algún tiempo seguiremos jugando a la confusión de que Salinger vivía oculto; no fue así; vivió normalmente en su comunidad, ayudado por el silencio cómplice de sus vecinos. Algo más complicado es el caso de Pynchon, quien sí ha optado por cierta invisilidad, al menos de los estragos de las fotografías y la figuración pública. Traven fue otra cosa y sólo cabe decir que, ahora que pienso en él, es necesario pensar en lo que su vida, aquel riguroso amor por la evasión y la discreción, tienen de imitable, sobre todo cuando aún podemos visitar su obra terriblemente actual o, mejor dicho, beligerante, contingente. Deberíamos imitar a Traven, acaso lo hagamos (cuesta), acaso lo hayamos hecho (con quejas emanadas del ego), acaso sea menester hacerlo (dios se apiade de nosotros), si lo que de verdad interesa es la literatura, que se hace sólo de dos elementos: el beatífico acto de leer y el mórbido afán de escribir. 

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