domingo, 21 de marzo de 2010

UNA HISTORIA SIN TÍTULO

Nota previa: me permito, y ojalá me permitan, resucitar un texto que publiqué en este blog el martes 14 de octubre del año 2008. Para mí es un cuento. Seguramente para los carceleros del "género" sea otra cosa; no importa. Lo importante fue escribirlo más con afán de lectura que de pergeñado ejercicio escritural. Esta ocasión y el ejercicio acá presentado podrían dar pábulo a la situación siempre debatible del subtexto, pero no, eso lo reservaremos para otra ocasión. 
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UNA HISTORIA SIN TÍTULO

A Roberto Apablaza, el Negro


Ya lo sabemos: cuando Robert Walser quedó tendido sobre la nieve, no murió ahí, en ese instante. Sólo lo hizo en el momento en que alguien, ese alguien que vio aquel cuerpo inerte sobre la nieve, dijo o pensó: “Ha muerto”, “está muerto”. Antes de que ello ocurriera sólo eran eso que la gente llama nieve, un cuerpo sobre aquello, algún árbol deshojado y viejo, el cielo tranquilo, algún bicho buscando su alimento, algún pájaro sin nombre buscando a su bicho, el cielo vuelto hacia arriba siempre. La calma. Las huellas en la nieve. La mañana. La perfección total. Ni la vida ni la muerte, sólo las cosas y los seres ocurriendo o ajenos a todo concepto de tiempo y espacio y voluntad. La muerte no era más que el buitre agazapado, inútil e impotente, a la espera de ser nombrado o señalado de alguna forma para, recién ahí, ser, hacerse, existir: la muerte: el buitre que se devora a sí mismo. Los niños, se ha dicho una y otra vez, son inmortales hasta el minuto en que toman conciencia de la finitud de los días. Mientras son inmortales, los niños habitan en ese espacio/tiempo en que el cuerpo de Walser yació sobre la nieve, en secreto, sin que nadie lo hallara y estableciera el principio de su condición de muerto, sí, los niños habitan allí, en ese lapso en que sólo otras inmortalidades son posibles: el árbol viejo y sin hojas, el pájaro y el bicho que sólo buscan su alimento, carentes de toda ambición, pues no quieren ser algo en la vida, no buscan trascender en obras o vivir y trabajar en pos de fines de semana, y sencillamente suceden como quien vive para siempre, y el cielo, tendido ahí, como un reverso de escarcha, donde cumple una única función: estar vacío y ser, al mismo tiempo (qué hermosa locura), el vacío. Pero no la muerte; la vida, tampoco. Sólo un escenario perfecto, inexistente de tan existiendo. Algunos maderos de un establo, también vacío. Eso que imaginamos cuando niños: que cuando les damos la espalda, que cuando no las vemos, todas las cosas dejan de moverse. Otra vez coinciden los niños con ese momento en que Walser, que había salido a dar su acostumbrado paseo matinal, no era aún hallado y yacía con su ropa vieja sobre la nieve. Cualquier animal, insecto o pájaro o ese frustrado proyecto de pájaro que nombramos cielo, cualquiera de esos elementos no humanos siguió o sólo se mantuvo sin construir la muerte, sin edificarla. Pero desde el momento en que alguien halló el cuerpo y dijo o pensó “ha muerto”, “está muerto”, se hizo la muerte y se propagó hasta nosotros para saber que, sí, Walser murió el día tanto del año tanto. El escritor Robert Walser, o quizá Robert Walser, es —en casi todos los sentidos— la prefiguración de la literatura de Kafka o, tal vez, de Kafka: leemos a Kafka y estamos leyendo a Walser. O, de algún modo, Kafka siguió escribiendo o terminó sin terminar de escribir a Walser. Esto hasta Kafka lo supo. Walser no lo supo. Y un dato más, que ni Walser ni Kafka conocieron: Kafka, años después, ya muerto, siguió urdiendo un texto imposible en que un hombre llamado Robert Walser, que había de nacer muchos años antes (un texto imposible: Kafka nace en 1883, y Walser, en 1878; sin embargo, Kafka muere en 1924 y Walser en 1956), loco y lúcido, sale a dar su acostumbrado paseo matutino y no regresa. Como era un loco, un demente más en el manicomio en que vivía, y como era el día 25 de diciembre con sus preocupaciones y ocupaciones de “buena voluntad”, nadie se acordó de él. Mientras nadie se acordaba de él, su cuerpo yacía tendido sin ser aún un muerto: sólo una forma, una materia tendida sobre la nieve, cercana a un árbol viejo y sin hojas, en los suburbios de un algo como cielo, a cierta distancia de unas cosas como llamadas pájaro y bicho, los maderos de una verja o de un establo vacío, en fin, una perfección perdida o invisible a los ojos de cualquiera, menos de Kafka.
Y ahora dos cuerpos, dos cuerpos ahora bocabajo sobre la nieve.

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

la vida es un "paseo",,, un paseo que termina mirando las estrellas o mordiendo el polvo...
un abrazo
nvro

K.R. dijo...

Así parece ser, Nvrísimo, Amgo mío.

Y hay que persistir y resistir y subsistir, y todo ello porque se existe.

Gracias por tu siempre bienvenida visita.

Un abrazo grande para ti y otro a tu amada Constitución, que volverá sin dudas a estar en pie.

KR

Anónimo dijo...

Releo tu texto y veo la perfección del instante intacto con pàjaro y nieve y cielo y hombre tendido en la nieve suspendido en el vacío. Efectivamente he viajado y he experimentado la inmortalidad a través de unos ojos infantiles.

Gracias KR por la belleza y profundidad de tu texto.

Ramona.

K.R. dijo...

Ramona:

Thanks so much for submitting your beautiful comment.

Cya soon.

KR